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Solo importó la peluca

Peinado grande, ropa extravagante y tacones altos. Altos no: altísimos. Likka Von Kandell se pasea entre la gente como amazona abrazada por la noche. Cuando es de día se transforma. Podría ser muchas cosas. El tipo de las fotocopias, el jefe del área comercial o, incluso, tu profesor de inglés.

Por Gabriela Padilla


Es despampanante. El cuerpo esbelto envuelto en un leotardo negro con detalles en plateado y un abrigo de piel sintética blanco. Un collar adorna su cuello y guantes de cuerina negros cubren las manos que se apoyan en la pared. Cabello corto y de un naranjo vivo y brillante.

Fuego, fuego, que mi cuerpo está primero, canta la voz de Nina Leblanc en el celular de Isidora un día de agosto de 2019. “Profe, mi mamá me dijo que eras tú ¿Eres tú?”, le preguntó la chica de no más de 17 años a su profesor de inglés.

“Sí, soy yo”, respondió Pablo Valenzuela (31). Ese fue el momento en que sus alumnos y el resto de la comunidad comenzaron a enterarse de su otro trabajo. De su otro yo. Descubrieron a Likka Von Kandell, su personaje drag queen.

Hace tres años que trabajaba en este colegio privado en Las Condes. Un ambiente conservador en donde valía la pena llegar como un profesor disidente. Según él, su sexualidad no era un secreto. Ya había tenido un encuentro sorpresa con tres de sus alumnas la noche de la Marcha del Orgullo de 2017 en una disco queer. “Yo nunca lo he ocultado”, dice Valenzuela. “Pero distinto es que el profe se ponga tacos, peluca y se pinte”.

A pesar de eso, nunca ha negado su arte. Porque el transformismo, para él, es un arte. Pero sabe bien que una cosa es lo que piensen los niños y adolescentes, y otra muy diferente es lo que opinen los adultos que los rodean. “A los profesores se nos exige ser un ideal que es inalcanzable. Tenemos que ser asexuados, apolíticos, no opinantes”, dice el licenciado en Letras Inglesas de la Universidad Católica. “Entonces le presentas a los niños un modelo de persona que no existe y generas una comunidad frustrada que aspira a algo que es inalcanzable. Es super importante mostrar esa realidad, pero en los colegios no se puede porque te echan”, agrega con una risa irónica haciendo énfasis en la última palabra.

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“Niños ¿En qué tipo de casa les gustaría vivir?”, preguntó el profe Pablo a sus alumnos. Ese día iniciaba la unidad de vivienda en la clase de inglés.

“En un departamento en Providencia”, respondió una de sus alumnas. ¿Sabe cuánto cuesta un departamento de 45 metros cuadrados en Providencia? Aproximadamente 120 millones de pesos, dice el educador. Los niños se impactaron. No sabían que sus casas en La Dehesa cuestan 500 millones o más. Entonces vino la pregunta de rigor: ¿Cuánto creen que tienen que ganar al mes para poder comprar un departamento en Providencia?

Algunos hicieron sus apuestas. ¿Un millón? ¿Un millón y medio quizás? “No, mi amor. Para comprarte un departamento de 120 millones de pesos tienes que pedir un crédito al banco, que te vas a demorar 30 años en pagar, y tienes que tener un sueldo líquido de, al menos, $1.880.000”, recuerda haber respondido el docente.

“El Pablo nos enseñó, además de literatura y present perfect, mucho para la vida. Desde un principio nos dijo: ‘tengan sus privilegios claros’”, cuenta Simona López (21), ex alumna de Valenzuela. “Siempre tenía en cuenta que no era nuestra culpa, pero que lo tuviésemos claro”.

“Siempre ha sido super abierto en temas relacionados con política y disidencias”, comenta Masala (40), ex colega de Valenzuela. A petición de ella, su nombre será resguardado para evitar posibles represalias por parte de su lugar de trabajo. La persona detrás del maquillaje de Likka tiene clara su misión. “Yo trabajo en colegios particulares porque siento que, si yo le enseño a esos niños a tratar a la gente con respeto, cuando esos niños sean gerentes, no les va a importar si la persona que tienen al frente es Juan Llanquileo o Pedro Pablo Winter”, dice él.

Oriundo de la comuna de San Bernardo, el profesor tiene claro que fue una persona con oportunidades. Sus estudios básicos los hizo en un colegio Montessori, para luego asistir al Colegio Agustiniano en El Bosque. Desde el paradero 36 y medio de la Gran Avenida pasó al Campus San Joaquín de la Universidad Católica. “Yo era un niñito modelo. Toda la vida entre los primeros lugares. Ganaba todos los concursos de todo: de ortografía, debate, coro, teatro”, enumera Valenzuela. De ahí sus logros solo aumentaron. Una beca para estudiar en Estados Unidos, el ingreso a la Católica, un intercambio, dos intercambios, trabajo apenas había egresado, pedagogía y estudios de posgrado en el extranjero.

El drag le entregó dos cosas: un espacio para lo impropio y permitirse la superficialidad. Ser Pablo sin tantos requisitos y vivir la fantasía que es Likka. Sentirse poderosa. Pero también le entregó aún más motivación para educar y apoyar a quienes pudiesen estar pasando por lo mismo que él en su adolescencia. “Yo elegí ser profesor para entregar mensajes de igualdad. Para que los niños no pasen por lo mismo que yo, de tener que salir del closet a los 24 años, porque no sabes lo que pasa alrededor tuyo”.

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El inicio del fin fue el estallido social. El ambiente se volvió tenso en el colegio. La polarización que se estaba viviendo a nivel país también llegó ahí. “Hubo advertencias a algunos profesores por politizar un poco las clases”, cuenta Masala. “Pero para Pablo no”. Era extraño, cuando ya la comunidad sabía qué tipo de temas tocaba él en sus clases. ¿Por qué nadie decía nada?

La respuesta llegó en un email el 21 de diciembre de 2019, cuando Valenzuela estaba en Brasil acompañando a un curso en su gira de estudios. Ya era la segunda vez que lo invitaban. Siempre se elegía a un hombre y una mujer para ir a cargo. “Yo las dos veces que fui… ¡Fui la mujer!”, exclama la drag queen dando una risotada. Pero más allá de la broma, la confianza en él era tal, que no había problema en que fuera un hombre quien se encargara de las necesidades de las niñas.

El email era una citación a reunión el día 26. “Te van a ascender, te van a ascender”, le dijeron sus colegas. No había otra opción. Excelente relación con alumnos, excelente relación con los apoderados, además de buenos resultados académicos.

“Pablo no tengo nada que decir de ti. Eres un excelente profesional”, fueron las palabras que usó la directora luego de comunicarle que había sido desvinculado. ¿El argumento? Diferencias políticas con los apoderados. Nada calzaba. ¿Por qué, si los apoderados no confiaban en él lo enviaban con los niños a otro país? ¿Por qué, si la directora y las autoridades del colegio no confiaban en él, le entregaban jefaturas año tras año? De los cuatro años que estuvo ahí, los cuatro fue profesor jefe. Sus mensajes sociales y políticos eran algo siempre presente en sus clases. Para Masala, la profesora de arte, la decisión fue muy misteriosa. “Tuvo que ocurrir algo muy de alto impacto”, dice ella.

“Creemos que es porque se enteraron de que hacía drag”, admite Valenzuela luego de soltar una bocanada de humo de su cigarro con una expresión distinta en su rostro. Muestra resignación. Ellos lo sabían, pero, claramente, no se lo iban a decir. Los últimos días de clases habían sido extraños. “Los travestis se van a apoderar del mundo”, había dicho la profesora de religión, quien también era la hermana de la directora.

“No logro entender cómo todo lo que yo hice, y que ellos valoraban tanto, se volvió tan insignificante por una cosa”, dice Pablo mientras termina de enrolar uno de sus cigarros de tabaco. La homosexualidad y el transformismo fueron lo único que bastó para tomar la decisión. Lo único que importó fue la peluca, los tacos y el maquillaje.

Pero la vida siguió. Hoy Pablo Valenzuela trabaja en otro colegio y sigue llevando su mensaje a sus alumnos. Ellos son su centro.

Sábado 31 de octubre, 0:50 AM. Mensaje en Instagram de Vicente, un ex alumno. “Hola profe. Quería decirle que fue un gran profe para mí. El otro día salí del closet y usted fue una gran inspiración para poder abrirme tanto al resto como hacia mí mismo”.

Por él y por muchos más, todo vale la pena.